sábado, 20 de agosto de 2011

Sesenta y dos lunas

Hace sesenta y dos lunas... hace exactamente sesenta y dos lunas que te congelaste, que tu mundo entero se paralizo, y yo viví, todos vivieron, pero vos te quedaste ahí, estática, con tu mente sintiendo lo mismo y tu corazón sin latir, simplemente ahí.

Te miro y te veo, estas allá, en donde me encontraste una vez, en ese extraño y oscuro vacio, perdida y sin siquiera saber quien sos. Los pasillos te llevan a muros y cada puerta y ventana a muros también, el húmedo y frio piso y el aire es espeso y nauseabundo en cada una de las bocanadas, pero nada se compara, ninguna de estas morbosas perturbaciones se compara con el enfermizo y absoluto silencio, ahora lo sabés, tu único compañero es tu propio respirar, el transitar de ese pútrido aire que acaricia tu garganta y pulmones que con cada segundo que pasa te empuja a la locura, y cada hora es un año y cada día una eternidad, y los segundos en los que no te mueves los segundos se clavan como agujas en tu cráneo.

Ojala pudiera decirte que hay un buen final, ojala pudiera, pero no lo sé, pero si puedo decirte, mi querida niña, conocerás la locura y la enfermedad.

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